Las que me conocen saben que he tenido un preparto muy largo, con amago de ponerme de parto en la víspera de las 34 semanas, y con muchísimos pródomos desde la semana 36. He llegado a tener contracciones cada 3 minutos, y sin embargo, yo sabía que eran una falsa alarma. Bueno, más que falsa alarma yo lo llamaría preparatorio, ya que en todo momento estaba super tranquila sabiendo que el momento estaba cerca y que todo lo que me pasaba era que estaba adelantando trabajo para el día clave. Una noche incluso me pasé unas cuantas horas en la pelota de pilates y con el teléfono a mano para llamar a la matrona, pero no pasó de una noche de pródomos intensos más.
Pero un buen día, llegó el día. Era miércoles 12 de septiembre, había ido a monitores el lunes 10 y no debía volver hasta el martes 18, así que yo estaba muy tranquila porque sabía perfectamente que el martes ya tendría a mi pequeña en brazos. El lunes la cosa no había ido tan mal, mi marido trabajaba pero mi matrona se había ofrecido para acompañarme, cosa que le agradecí en el alma. Mi karma no estaba para seguir luchando contracorriente y no me apetecía nada de nada ir al hospital; estaba tan convencida de que no tendría que ir a monitores que eso fue lo único que me ensombreció un poco el momento, no por ansia de parir (que tenía muchas ganas, pero estaba disfrutando tanto de los últimos días...) sino por el ambiente del hospital. Me habían pedido que llevara el consentimiento informado ese día, y ya sabéis los problemas que he tenido con mi plan de parto.
Pues bien, llego a consulta y ¡oh, sorpresa! (léase irónicamente), que mi plan de parto no estaba incluido en mi historia. No perdí la mano que puse en el fuego a que no le habían hecho ni caso, un detalle más a incluir en la reclamación que les pienso poner. Total, que me piden el consentimiento y les explico que no lo pienso firmar, que para eso he entregado mi plan de parto bla bla bla. Por suerte, la ginecóloga era de las más majas que me tocaran anteriormente y me pidió una copia y mientras yo pasaba a la consulta le echó un vistazo rápido, y rápidamente interrumpió a la enfermera que me pedía que me subiera al potro. "No le vamos a hacer tacto" fue música celestial para los oídos, y es que aunque yo sabía que efectivamente a mí no me tactaba ni el tato, el no tener que pelearlo era una maravillosa novedad.
Así, la última visita se desarrolló dentro de la normalidad, y en un ambiente relajado, tal como necesita cualquier mamá en la última etapa de su embarazo.
En la eco estaba todo perfecto, mucho líquido amniótico y placenta en buen estado. En cuanto al tamaño, les costó bastante hacer una estimación, ya que la cabeza estaba encajada y muuuuy baja. Me dijeron que no habían conseguido coger toda la cabeza y estimaban un peso de unos 2.800, lo que nos imaginamos que no era correcto ya que en la ecografía de las 32 semanas (y estábamos en la 40+1 según las cuentas del hospital) era de 2.750. Pero dijeron que estaba todo perfecto. En monitores, varias contracciones no regulares, de las cuales una bastante intensa. Era cuestión de tiempo, y me citaron para dentro de 8 días.
Menos mal que esa última visita fue respetuosa.
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